Mientras merendábamos sentados en el bordillo de la acera charlabámos sobre nuestras expectativas de futuro. María desmenuzaba a miguitas su bocadillo, y echando la cabeza hacia atrás con coquetería, nos anunciaba que iba a ser actriz. Y modelo. Marta con restos de chocolate en los labios confesaba que le gustaría ser abogada, o presidenta, para arreglar este mundo que los mayores decían que estaba tan mal. Jorge, nuestro sensible y delicado amigo quería ser diseñador, o peluquero. Llegó mi turno. Sentí el rubor subir a mi cara. “No lo sé”, -dije bajito-, en casa dicen que no sirvo para nada.
Yolanda Nava
Yolanda Nava