jueves, 7 de agosto de 2014

El rey sol: agosto, agosto...

Recuerdo, de niño, cuando salía al campo de La Alcarria. En el tiempo de la siega. Que doraba los campos de un oro y amarillo furiosos, infinitos.

Y, a veces, me tropezaba con las chicas y las mujeres por los caminos polvorientos. Eran como momias egipcias, vendadas de arriba a abajo, cubiertas de blanco, excepto los ojos, misteriosos y oscuros. Como pozos hondos en el interminable horizonte quemado, abrasado por el sol.

Entonces a las mujeres les gustaba la blancura en agosto. Como a las japonesas en todo el año. Quizá sabían, o intuían, lo que una vez dijo el maestro: Una mujer blanca y sin ropa, está doblemente desnuda.

Hoy me atorro, como todos, en una playa del Levante. La verdad es que el solazo frente al vaivén de las olas tiene su encanto. Esa dejadez, esa laxitud compartida, ese dominio absoluto del rey sol casan a la perfección con ese estado de ánimo que nos ofrecen los largos agostos aburridos y divertidos a un tiempo. Aburr idos por el día y por la noche, ¿quién sabrá?

Y las chicas se doran, se fríen al sol, vuelta y vuelta. Desconociendo, o tal vez no, que lo mejor siempre será ese espacio blanco y doblemente desnudo entre tanto marrón de quemazones y potingues.

Pero uno aprendió hace tiempo que no se pueden, ni se deben, imponer los paisajes. Ni exteriores, ni interiores.

Sino adaptarse a ellos. Formar parte de los mismos como una pieza más del puzzle en el que agosto nos engulle a todos.

Porque es el tiempo del rey sol. En el que todo quisqui claudica, excepto que esté a la sombra o enchufe el “Air conditioning”.

Y piensa entonces, fresquito, cuánto calor debían pasar mis paisanas de La Alcarria, o las japonesas, entre otras, por lucir blanquitas. Por renunciar a inclinar la cabeza ante el rey sol.

Y yo me meto y salgo del agua, cada dos por tres. Y luego vuelvo a la sombrilla. Porque soy de los falsos morenos a los que el sol l es sienta mal. Y no se doran ni aunque los lleven a la hoguera de la Santa Inquisición.

Como mucho se van poniendo rojos como un tomate. Quizá es que a uno no le gusta arrodillarse. Ni ante el rey sol. Ni ante la madre que lo parió. Agosto, agosto…

Había una canción que no sé si recuerdan: Cuando llegue septiembre, todo será maravilloso… Pues eso.

Francisco Rodríguez Tejedor

martes, 5 de agosto de 2014

Aires de guerra

—Mejor te largas ya —me espetó tras la servilleta—, pero una cosa te advierto —un trozo de espinaca ocultaba parte de su colmillo— que la casa me la quedo yo. Y a los chicos, ni tocarlos.

Resopló exasperada y las llamas de las velas se estremecieron. Entonces se acercó a nuestra mesa un violinista sin tacto para atacar una pieza romántica junto a su melena. Ella clavó muda sus uñas rojas en el inocente mantel blanco y el músico también comprendió que las guerras estallan sin esperar a los postres. Acabábamos de perder la paz y el tiramisú.

La lengua salvada (Mikel Aboitiz)

lunes, 4 de agosto de 2014

Luna llena sobre la tierra prometida

Estampidas de luz y humo inundan la noche ardiente, desgraciadamente, esto no es una fiesta.

Con los niños en brazos y lo imprescindible en una mochila, echamos a andar, “quizás buscando la vida o buscando la muerte, eso nunca se sabe”

Como la mujer de Lot no puedo evitar mirar atrás y veo alzarse columnas de humo en lo que hace un momento era nuestra casa.

La luna llena ilumina las hileras humanas al borde de la carretera y torna blanquecinos los aterrorizados rostros.

Tal vez tengamos suerte y podamos cobijarnos en algún lugar.

Tal vez podamos pasar allí una noche tranquilos, sin bombardeos, ni muertos.

Tal vez la buena fortuna permita que podamos llegar a un campo de refugiados donde nos espera el hacinamiento, el hambre y la inhumanidad absoluta, pero conservemos la vida.

Tal vez llegue un día en el que sobrevivir no sea el único objetivo.



desasosegada