Me implantaron un corazón artificial. A punto de haberlo perdido todo, comprendí muchas cosas, me volví más reflexiva, analítica. Aprendí a valorar lo verdaderamente importante. Mi marido comenzó a acusarme de convertirme en una persona distante, fría, en un ser sin corazón. Pero se equivocaba: soy capaz de sentir. Puedo imaginarme el dolor que le causó que, tras un año de la operación, le dejara para rehacer mi vida junto a otro. También entiendo su sufrimiento al enterarse de que este era su mejor amigo. Pero, ya lo dijo Pascal: el corazón tiene sus razones que la razón ignora.
la lengua salvada (Mikel Aboitiz)