Ni allí lo soportaron por mucho tiempo. Tan pecador era que fue expulsado hasta del paraíso infernal. Apercibido Dios del hecho, lo enclaustró en una lámina de cristal irrompible y lo dejó flotando en el limbo. Espíritu maléfico y desagradecido, te condeno a pudrirte en esa cárcel eternamente, tronó. Transcurrieron eones, pero el cristal al final se degradó. Ya libre, se dirigió a la Tierra, a Alemania en concreto. Un tal Nietzsche había matado a Dios. Quería agradecérselo ayudando a su patria.
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