Ascendemos por calles empinadas, donde la antigua burguesía construyo sus casas de veraneo, guarecidas del sofoco de la parte baja de la ciudad, víctima del bochorno por la humedad marítima. Quedan vestigios de la antigua colección de torres con sus palmeras meciéndose al viento, pero una vez superado el montículo en la vertiente opuesta comienza otra ciudad, la de las casas hechas con el esfuerzo personal de una familia, con lo indispensable, aguantándose unas a otras, sin palmeras. Alfred
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