Me encanta el circo. Cuando ví al equilibrista sobre el alambre, me enamoré perdidamente de él. Representaba todo lo que había soñado: era guapo, fibroso, moreno, de pelo áspero y poca sonrisa. Lo contemplaba cada día desde la primera fila. Tardé en darme cuenta que el amor de su vida nunca iba a ser yo. Era el alambre el objeto de su deseo. Dormía abrazado a él. Le sonreía, lo acariciaba, le hablaba quedamente. Ahora me muero por el domador.
Virgi
Virgi
¡Vaya, qué facilidad para publicar un relato en un lugar ajeno!
ResponderEliminarMontón de gracias y montón de besos,
Virgi
http://phoeticblog.blogspot.com.es/
Gracias a ti Virgi, esa fue, es y será la razón última por la que Relatarium fue concebido así: que la creación y el poder de la palabra no tenga cortapisas ni mantenga a nadie esclavo. Nos encatará leerte.
ResponderEliminarAlsquare, gracias otra vez.
ResponderEliminarUn abrazo
Hay amores con los que es imposible competir. El domador igual resulta menos apasionado con su trabajo. Pero yo, por si acaso, echaría un ojo a algún payaso, que al menos las risas son de buen compartir.
ResponderEliminarSi me permites.
Un saludo.
¡Claro que te permito, Albada, faltaría más!
ResponderEliminarY lo de los payasos, pues sí, mientras no abusen de las bromas.
Un abrazo, gracias por venir.