“Bang”, susurró apoyando el cañón en la sien y cerrando los ojos ante el espejo del dormitorio conyugal. “Clic”, sonó el percutor al golpear en vacío. Juan suspiró. ¿Cuántas veces se había entregado a aquel juego infantil? Eran ya innumerables.
Aquel arma era falsa, sólo una fiel reproducción, aunque podría confundirse con una de verdad. Falsa como el amor que cada día juraba profesarle a su mujer, Luisa, cuyo retrato, colgado a su espalda, le taladraba con la mirada desde el espejo. Falsa como el amor que le declaraba a la otra mujer, Isabel, cuya existencia le constaba que Luisa conocía. Falsa como su vida. Y sin embargo se sentía incapaz de renunciar a ninguna de las dos.
Cuando no podía más se abandonaba a aquel simulacro pueril de quitarse la vida, que parecía consolarle momentáneamente.
Miró al retrato en el espejo y apoyó nuevamente el cañón. “Bang”, repitió apretando el gatillo. “¡Bang!”, respondió el arma, y un surtidor de sangre salpicó el cristal.
Juan se desplomó. La puerta se abrió a su espalda y el espejo, entre múltiples gotas rojizas, reflejó la entrada de la mujer del retrato.
Aún llevaba, escondida bajo su ropa, la pistola que parecía de verdad.
El Manco del Espanto
Aquel arma era falsa, sólo una fiel reproducción, aunque podría confundirse con una de verdad. Falsa como el amor que cada día juraba profesarle a su mujer, Luisa, cuyo retrato, colgado a su espalda, le taladraba con la mirada desde el espejo. Falsa como el amor que le declaraba a la otra mujer, Isabel, cuya existencia le constaba que Luisa conocía. Falsa como su vida. Y sin embargo se sentía incapaz de renunciar a ninguna de las dos.
Cuando no podía más se abandonaba a aquel simulacro pueril de quitarse la vida, que parecía consolarle momentáneamente.
Miró al retrato en el espejo y apoyó nuevamente el cañón. “Bang”, repitió apretando el gatillo. “¡Bang!”, respondió el arma, y un surtidor de sangre salpicó el cristal.
Juan se desplomó. La puerta se abrió a su espalda y el espejo, entre múltiples gotas rojizas, reflejó la entrada de la mujer del retrato.
Aún llevaba, escondida bajo su ropa, la pistola que parecía de verdad.
El Manco del Espanto
No hay nada más ridículo que quitarse la vida por una mujer. De verdad es que no tenemos remedio.
ResponderEliminarAsí es, Manco, la falsedad en demasía termina en verdad. Un poquito de falsedad adereza la vida pero mucha proporciona la muerte, como bien demuestra tu cuento.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Alfonso.
Gracias, Alfonso. Sí, sobre todo proporciona la muerte si hay una pequeña ayudita, como en este caso.
ResponderEliminarGracias también, anónimo, por tu comentario. Creo que el relato me salió un poco oscuro y puede dar lugar a confusión. Su mujer le cambió el arma falsa por una de verdad. Pido disculpas.
El Manco.
No te preocupes manco, a mi juicio, queda clarisimo.
ResponderEliminarCon las cosas importantes es mejor no jugar, si no puede ocurrir como en tu micro, que alguien decida "ayudarnos" a cumplir nuestros deseos.
Un beso.
Muestra el infortunio que surge de un hábito pendejo.
ResponderEliminarConocido como pendejada.
Hace siglos que no entro en este lugar. Veo que continúa existiendo, y que aún se publican algunos relatos bien construidos como este. Una curiosidad, o un detalle: ¿Se desplomó Juan antes o después de que la mujer entrase en el dormitorio? Por la narración se diría que se desplomó antes. Si es así, ¿quién disparó la pistola de verdad? ¿Quizá el mismo Juan, y la pistola que empuñaba en realidad no era falsa? Gracias.
ResponderEliminarHola, anónimo, muchas gracias por comentar mi relato y por mostrar curiosidad. Tus suposiciones son correctas: mi intención, que quizás no he conseguido transmitir con claridad (quizás en el relato se fía en exceso al sobeentendido) era expresar que su mujer, Luisa (la mujer del retrato) le cambió el arma falsa por una de verdad (por eso ella llevaba la falsa aún bajo su ropa), con lo que el juego de Juan acabó en tragedia. Tras producirse el disparo, Luisa, que estaba a la expectativa, entra en el cuarto.
ResponderEliminarUn saludo muy cordial, y espero que vuelvas a entrar a menudo por aquí.
El Manco.
Disparo certero, amigo Manco
ResponderEliminarSaludos de la gata
¡Muski! te echaba de menos. ¿Te has hecho una gira por los tejados de la provincia?
ResponderEliminarMaullé a la luna lamiéndome las heridas y recuerdo una noche en la que se dibujó la silueta de un gato renqueante de bigotes brillantes, me di cuenta entonces de que le faltaba una zarpa.... ¡El gato Manco!
EliminarNo te fíes, va de manco pero corre que se las pela, ja, ja. Sólo es manco del espanto.
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