lunes, 28 de julio de 2014

El cigarrillo

Encendió aquel cigarrillo. Y le sorprendió de que apenas le temblaran las manos.

Se echó hacia atrás en la mecedora. Y contempló el horizonte.

El sol se ocultaba tras las colinas en una bella vista. Entonces dio la primera calada. Y quién sabe por qué, se acordó de la primera que había dado en su vida. De todo lo que representó: Un manojillo de metáforas, de sensaciones, de todo lo que él quería ser. Que sería muy diferente a toda la mediocridad que él pensaba que le rodeaba.

Vinieron luego todos aquellos momentos, aquellos flashes luminosos, de cuando era joven. Llenos de amor, de belleza, de plenitud y de fuerza: chispazos de camaradería, de risas, de diversión, De la paz sedosa entre las sábanas tras hacer el amor.

Y los puros de los bautizos de sus hijos. Esos alumbramientos cegadores que llenaron su vida un cuarto de siglo más. Hasta que volvió la soledad.

Y, luego, más tarde, todas las caladas que vinieron para combatir y c ompensar la ansiedad de cada día, y las frustraciones. Los engaños de los oropeles y de las zanahorias. El consuelo ante tanto dolor.

Luego dejó de fumar. Como de tantas otras cosas. Aunque no del todo. Como la vida se va yendo. Nos va dejando. Aunque no del todo.

El sol se había ocultado casi ya. Y, en un momento, no supo ni cómo, tuvo la certeza, estas cosas dicen que se saben cuando llegan, de que aquel sería el último cigarrillo. Tal vez fue aquel ligero vértigo en el horizonte, aquel remolino del paisaje, que en realidad era el remolino de toda su vida.

Y sus ojos se quedaron, luego, fijos en la lontananza. No llegaría a recordar ya si en los últimos rayos luminosos del sol o en las penumbras oscuras de la umbría.

Y el cigarrillo siguió ardiendo entre sus dedos. Borrando las huellas únicas de sus yemas. Quemando todos los rastros del dolor.

Hasta que por fin se apagó. Como se apaga toda luz. Cuando viene el último silencio.

Solo las volutas siguieron ascendiendo por el firmamento. Cada vez más alto. Cada vez más difusas.

Hasta más allá de las estrellas. Esas luciérnagas luminosas, que ahora él lo sabe, son los rescoldos que quedan de todas las ilusiones, de todos los desvelos, de todos los amores, que se han acumulado desde que el mundo es mundo.



Francisco Rodríguez Tejedor

4 comentarios:

  1. Hermosas y sugerentes imágenes, Francisco. Merece una réplica de Serrat:

    Si un día para mi mal
    viene a buscarme la parca.
    empujad al mar mi barca
    con un levante otoñal
    y dejad que el temporal
    desguace sus alas blancas.
    Y a mí enterradme sin duelo
    entre la playa y el cielo...

    Un abrazo de El Manco

    ResponderEliminar
  2. Me parece flotar sobre las volutas, contemplando el ayer, contemplando el mañana.
    Un beso.

    ResponderEliminar
  3. Amigo Manco, un honor releer estos maravillosos versos que tú transcribes del maestro. Abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Sí Marga. Bellos momentos, en el corto espacio que dura un cigarrillo. O su metáfora. Un abrazo.

    ResponderEliminar