Micaela, que ya había cumplido los ochenta, pasaba grandes ratos con expresión meditabunda y nostálgica ante su vasta biblioteca. Ella, que nunca tuvo hijos, miraba a sus libros con la preocupación que una madre enferma observa a sus pequeños, pensando en qué sería de aquellos ejemplares cuando ella faltase. Esos libros a cuya lectura debía tantos viajes desprovista de maleta y equipaje. Ávida de saberes y sentires, sus ojos habían deambulado entre los textos como zahoríes en busca de las fuentes del conocimiento.
El día que Micaela barruntó cercana la muerte pidió a su asistenta que le pintara sus ajados labios de rojo carmín. Seguidamente ordenó que le acercase cada uno de aquellos viejos tomos. Con manos trémulas los fue abriendo uno a uno depositando un fervoroso beso en el interior de sus páginas, al tiempo que decía con voz queda y ojos llorosos “gracias compañero”, en un íntimo acto de gratitud y despedida. Esos libros habían llenado de plenitud su larga vida aferrada a una silla de ruedas.
Juana Mª Igarreta
El día que Micaela barruntó cercana la muerte pidió a su asistenta que le pintara sus ajados labios de rojo carmín. Seguidamente ordenó que le acercase cada uno de aquellos viejos tomos. Con manos trémulas los fue abriendo uno a uno depositando un fervoroso beso en el interior de sus páginas, al tiempo que decía con voz queda y ojos llorosos “gracias compañero”, en un íntimo acto de gratitud y despedida. Esos libros habían llenado de plenitud su larga vida aferrada a una silla de ruedas.
Juana Mª Igarreta
Encantado de saludarte Juana María, creo que por vez primera.
ResponderEliminarEntrañable y romántico relato que, como buen amante de los libros, me ha llegado. Efectivamente, los libros nos llevan donde por sí mismos no podemos llegar. Estemos o no en sillas de ruedas. Enhorabuena.
Sí, aunque conocía el sitio, no me había animado hasta ahora. Marga me puso un mensaje en el blog y me decidí. Veo que a pesar de ser muchos los miembros la actividad es poca.
EliminarGracias por leer y comentar el relato, Francisco.
La lectura te permite volar muy alto, por mucho que la silla de ruedas te ancle al suelo. Un saludo, Juana.
ResponderEliminarSí y además el riesgo es mínimo. Bueno, también hay libros malos, aunque esos se guardan en "estonterías". No es mío el chiste, lo escuché en la radio. Saludos, Miguel Ángel.
EliminarLo de las "estonterías" está muy bien. Nunca lo había escuchado...
EliminarMuy emotivo. Me recuerda la historia (real) de un viejo campesino que, antes de emprender el que sabía que sería su último viaje al hospital, se despedía de los árboles de su huerto abrazándolos uno a uno.
ResponderEliminarEn cuanto a la actividad del blog, tiene etapas. En verano suele bajar. Y Marga es un ángel guardíán que se ocupa de reavivar incesantemente la llama.
Saludos de El Manco. Y bienvenida.
Mil gracias El Manco por tus amables palabras y acogimiento. Nos leemos por aquí. A ver si esto se anima un poco más. Saludos
EliminarEs cierto, cuánto les debemos a nuestros libros.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias, Marga, por leer y comentar. Saludos
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