Ha llegado la época del tiempo circular. Aquel que ni empieza ni se acaba. Donde el comienzo y el final se dan la espalda y en medio solo hay un instante mil veces repetido.
Ella lo ve cómo se quita la ropa, la dobla con esmero y la cuelga de las perchas. Ya ni sabe desde cuando aceptó ese cuerpo decadente. Debió ser cuando asumió que no cambiaría los muebles, ni las cortinas, ni haría reformas. Y que solo saldría de aquella casa para ir al cementerio.
Tal vez su marido es un mueble más. Tampoco lo cambiaría por nada. Forma parte del paisaje vital de cartón piedra. De la foto fija en que se ha congelado su existencia cuando empezó el tiempo circular.
De vez en cuando él se aproxima en la oscuridad y le sube el camisón. A ella en esos momentos le gustaría mirar por la ventana para ver cómo se mecen las ramas de los árboles. Pero tiene echadas las cortinas. Sabe que no las va a cambiar. No va a cambiar nada. Y se duerme soña ndo el mismo sueño de todas las noches, que al despertar nunca recuerda.
Francisco Rodríguez Tejedor
Ella lo ve cómo se quita la ropa, la dobla con esmero y la cuelga de las perchas. Ya ni sabe desde cuando aceptó ese cuerpo decadente. Debió ser cuando asumió que no cambiaría los muebles, ni las cortinas, ni haría reformas. Y que solo saldría de aquella casa para ir al cementerio.
Tal vez su marido es un mueble más. Tampoco lo cambiaría por nada. Forma parte del paisaje vital de cartón piedra. De la foto fija en que se ha congelado su existencia cuando empezó el tiempo circular.
De vez en cuando él se aproxima en la oscuridad y le sube el camisón. A ella en esos momentos le gustaría mirar por la ventana para ver cómo se mecen las ramas de los árboles. Pero tiene echadas las cortinas. Sabe que no las va a cambiar. No va a cambiar nada. Y se duerme soña ndo el mismo sueño de todas las noches, que al despertar nunca recuerda.
Francisco Rodríguez Tejedor
Francisco, tu texto está muy bien escrito. Sin embargo tengo la convicción de que el hecho de envejecer también puede ser infinitamente más risueño. Supongo que has querido reflejar sólo un modo de hacerlo. Sería una lástima interpretarlo como una generalización.
ResponderEliminarUn abrazo de El Manco.
Gracias. Por supuesto que envejecer puede ser infinitamente más risueño. Justamente por eso enfoqué este texto en el lado contrario, el de la resignación sin futuro, las ventanas del cambio cerradas y el dejarse llevar por la cuesta abajo del aburrimiento y de la desazón. Pero también pienso que no es fácil saber envejecer bien. Ni mucho menos. No lo es saber vivir bien la juventud. Y la madurez. Conque la vejez debe tener su álgebra y su valentía. Pero muchos saben hacerlo mejor, desde luego, que esta señora a la que, estoy seguro, le hubiera incluso molestado saber que estoy hablando de ella. Un abrazo.
ResponderEliminarMe ha gustado, Francisco. Especialmente lo de las ramas de los árboles, ese contraste entre sexo y falta de concentración en él.Felicidades
ResponderEliminarPues muchas gracias. Me picó la curiosidad tu nombre y ya veo que es el de tu blog. Así que ya tienes un seguidor más. Ahí va el mío por si te interesa: www.eldiaquefuimosdioses.blogspot.com.
ResponderEliminarSaludos