Sólo ceniza y la habitación llena de humo. No puede dejar de fumar uno tras otro. Sus dedos tiemblan y no consigue deshacerse de aquella imagen. Camina de un lado a otro de la estancia vacía sintiéndose ajeno a sí mismo. ¿En qué instante cruzó la línea? No lo sabe, pero sabe que odia sus manos, ésas capaces de apretar tan fuerte.
Concha García Ros
Concha García Ros
Impactante título que nos da luz a los lectores sobre las culpas y arrepentimientos de este hombre que ha debido destrozar algo, o peor aún, importante con sus manos. Creo que el único consuelo que les queda a esas manos es llamar a la puerta de la justicia.
ResponderEliminarSaludos Concha.