El lobo de mar amusgaba los ojos por entre el humo de su pipa. Estaba a sus cosas, por eso no me veía. Llevaba la barba bien recortada, cana, como los cabellos que le sobresalían de la gorra de capitán, mordida por el salitre. Seguramente habría navegado por los mares de China. Su mirada, clavada en algún horizonte imaginario, reflejaba una expresión ausente, de desinterés por lo mundano. Era un tipo duro, alto, corpulento, que sabía mirar hacia adelante con valentía, enfrentando las embestidas de las olas y las de la vida, que son las que dejan cicatrices por dentro. Me acerqué a él con precaución. Tuve que ponerme de puntillas para mirarle a los ojos fijamente. Pero como los tipos duros, no se inmutó. Ni pestañeó. Qué peligros no habría sorteado ya el rudo marinero. Me acerqué tanto a él que nuestros alientos se abrazaron. Sus músculos permanecían en tensión por debajo de la chaqueta. Parecía dispuesto a atacar en cualquier momento. Me retaba. Tuve la precaución de girarme por si acaso: cuando uno arriesga es bueno cuidarse las espaldas. Acto seguido, lo escondí en el puño y lo solté en el fondo del bolso antes de salir veloz de la tienda de souvenires.
La lengua salvada (Mikel Aboitiz)
La lengua salvada (Mikel Aboitiz)
Sin dud un reto muy arriesgado.Un relato que mantiene el interés hasta el final.
ResponderEliminarSaludos y felicitaciones.
Rosa
Ese lobo de mar, por el nombre del autor y por algún giro idiomático, debe de ser un lobo del mar Cantábrico. Bien escrito, con simpático y sorprendente quiebro final.
ResponderEliminarUn saludo de El Manco.
Pues sí me has llevado en volandas hasta un sitio que no esperaba en absoluto. ¡Y ni siquiera había rebajas!
ResponderEliminar