El prestidigitador tartamudo escondía siempre un par de ases en la manga y una debilidad desmedida por el alcohol. Su número estrella fuera del escenario era hacer florecer una rosa en su puño para ganarse compañía nocturna. Aquella noche, obnubilado por los labios de mazapán de la morena solitaria del bar, se acercó a ella. Tímidamente sentado se remangó con estudiada profesionalidad y abrió el puño pero no apareció nada: solo sus palabras entrecortadas rellenaron el vacío. A pesar de todo funcionó como un gran truco: logró que esa noche tuviera sabor a Navidad.
P. D.: Ella —logopeda en paro— también disfrutó lo suyo.
La lengua salvada (Mikel Aboitiz)
P. D.: Ella —logopeda en paro— también disfrutó lo suyo.
La lengua salvada (Mikel Aboitiz)
Qué cachondeo. Se lo voy a contar a mis amigas logopedas.
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