El río fluía con la alegría garbosa de la primavera y me distraje con su trasiego.
De pronto tuve sensación de peligro, di un salto y conseguí no ser atropellada por una enana en bicicleta que pedaleaba a toda la velocidad que sus piernas le permitían. Detrás de ella, con cara de pánico, corría su padre gritando “qué te vas a matar, puñetera, frena de una vez”
Llevaba años soñando con aquel regalo, pero me decían que era peligroso y que era pequeña.
Se la pedí a mis padres, a mis tíos, incluso a mi abuela, que la verdad, siempre me hacía unos regalos de morondanga. Pero nada.
Espere y esperé en ese tiempo en el que un día es la vida y un mes la eternidad.
Llegó navidad y escribí con fervor mi carta a los reyes con una sola petición: una bicicleta roja. Me desperté esperanzada pero nada. Dale a las muñecas, duro a los cuentos y más dulces, pero de la bicicleta ni rastro.
Volví a armarme de paciencia y esperé al ratonc ito Pérez.
Como el primer diente no terminaba de ceder, le anime, con briosos meneos y logré que se cayera.
Al día siguiente desperté con ilusión cautelosa, pero la bici no estaba. Eso sí, en la almohada encontré cien pesetas que mi madre confiscó, prudente, por parecerle un dineral para mí.
Y tiré la toalla.
Llegué a la conclusión de que había picado demasiado alto. Mi padre no tenía coche y no parecía infeliz, así que me apliqué con afición a los patines.
Llegó la primavera y con ella el día de mi cumpleaños. Ese año deseaba más que nada en el mundo una tressy maniquí: era una muñeca pequeñita, con cuerpo de mujer y cara de ángel. Mi madre me la entregó, con fuertes besos, antes de ir al colegio. Estaba encantada con mi muñeca, no la solté de la mano en toda la mañana.
A la hora de comer llegó mi padre con su regalo: era roja, era magnífica, era la bicicleta de mis sueños. Con ella me convertí en detecti ve, en princesa de cuento y en pirata del caribe, con ella me hice mayor y me sentí libre.
Aún hoy, cuando el aire me revuelve el flequillo y pedaleo contra el viento vuelvo a ser aquella niña feliz.
Por eso algo se me alborota en el alma al ver a la recién estrenada ciclista desafiar las leyes del equilibrio, porque es la niña que yo fui y su atribulado padre está tan asustado como lo estuvo el mío.
¿Saben a que huele la primavera?
¿No? yo se lo diré: huele a nostalgia.
desasosegada
Un paseo generacional, con la bici como leit motiv, de una primavera que siempre vuelve, para ponernos en orden los sentimientos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Alfred, un abrazo también para tí.
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