viernes, 11 de marzo de 2016

Rayo de luz

Bebió la amarga cicuta. Que era todo su dolor. Y luego apagó la luz de su horizonte.
Permaneció en tinieblas todo lo que pudo. Hasta no sentirse absolutamente nada: una mota de polvo en una cueva oscura, por donde nadie pasa.
Luchó a abrazo partido por dejar de ser él.Y tampoco quiso que quedaran huellas suyas.
Pero era un corcho insumergible. Un musgo inverosímil, que se cosía, a su pesar, a una brizna de tierra.
No quería afrontar el peligro de vivir. Pero, ¿quién era él para decidirlo?
Pensó en los demás. Que andaban arrastrando sus cadenas. Persiguiendo un rayo de luz que, al final, no duraría.
Por eso, él buscaba, antes que nadie, su propia oscuridad. Que sería la empalizada de su trinchera de la nada absoluta.
Y esta, a su pesar, se le resistía.
Un rayo de luz iluminó la estancia. ¿Quién manda en el amanecer? - se dijo en voz alta.
Tú no, le dijo el eco. ¿Eres tú acaso el candil de la vida?
Franc isco Rodríguez Tejedor

martes, 8 de marzo de 2016

Y los sueños, sueños son.

Mientras mi hermana mayor soñaba con una gran familia, la pequeña declaraba, con una seriedad cómica para su edad, que quería ser: payasa o astronauta
Lo primero lo consiguió muchas veces, seguramente más de las pretendidas, pero lo de astronauta se puso francamente difícil, una vez que quedó patente su pánico a las alturas.
10 años tenía cuando el hombre llegó a la luna y mientras nuestra abuela aseguraba que todo era una trola, ella miraba hacia el satélite con fascinación creciente.
Terminó como controladora de vuelo, que fue la profesión más cercana al cielo que pudo conseguir, sin despegar un pie del suelo.
Un día, cuando ya todas peinábamos canas, desapareció.
Buscamos por tierra, mar y aire pero sólo pudimos seguir su pista hasta el edificio España. Allí el ascensorista nos aseguró que la había elevado hasta la última planta y supuso que había descendido por la escalera.
Jamás bajó. No encontramos ningún rastro; no ha bía denuncia de accidente alguno, ni carta de despedida… nada.
Desde entonces, cuando la echo de menos, miro a la luna y tengo la certeza inexplicable de que me observa desde allí. Luego, me acuesto tranquila, a lidiar con mis propios sueños.

desasosegada

Sin ventanas

Su casa era un agujero con gélidas paredes de tumba, no olía a muerto, era como una madriguera de lagartos que hubieran renegado del sol, para curarse el olfato.

Anabelmis