Este pueblito añorado de tantas infancias, con sus calles despeñadas al abismo, arañadas de hambres de alguna posguerra. Casas de madera y piedra con porches coloniales. Hombres oscuros acechando la negritud de pasadas (y también actuales) épocas de oscurantismo. Clérigos, ministros de contrabando, traficando, con las almas de incultos aldeanos que rezaban por sus pecados, impuestos por la fuerza y la opresión.
Pueblito construido sobre los escombros de una cruenta lucha civil.
La escuela, bombardeada por ignorantes detonaciones de barbarie, para no tener que dar lección, de los principios de las realidades universales de la existencia.
Iglesia y alcaldía, engalanadas de oropeles y mármoles jerárquicos.
Los chiquillos, desheredados, jugaban con casquillos de metralla, aros y canicas, con los pies descalzos y las caritas manchadas de chocolatinas y barro en las rodillas ensangrentadas…salpicados de supervivencias de un presente que no aspiraba a más.
Miraban la estrella antes de que prendiera la madrugada y se entintara el cielo de carmesí, anunciando como cada primavera, la llegada de los cíngaros en sus carromatos, tirados por jamelgos…Llegaba la feria y la farándula y con ella el olvido, mudaba las penalidades por unos días de júbilo y distracción.
Kim Bertran Canut.
Muy visual ese estado de post-guerra, en el que la entrada de la feria hace un vergel de un páramo. Me recordaba a Melquiades, de Gabo, salvando todas las diferencias
ResponderEliminarUn saludo