- ¿Qué, vienen los indios? – pregunté, intentando resultar simpático.
Me respondió con una mirada ausente.
– Lo digo por las señales que envía... – insistí.
Sin decir nada, bajando la vista, dejó caer cesta de plástico y se marchó.
– No debió decirle eso – me recriminó el tendero desde el mostrador -, perdió a su hijo recién nacido por una picadura de avispa en el cuello. Desde entonces se pasa horas sacudiendo la ropa de su cuna.
No existe un hoyo lo suficientemente profundo donde me hubiera gustado desaparecer.
Rodia
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