Se descubrió a sus teinta y doce cargada de abalorios como árbol de Navidad: unos cuantos rencores, fobias, advertencias, temores y refranes y bastantes prejuicios, complejos, esperanzas y un sinfín de luecillas que apenas dejaban ver el abeto. Ocultando el color y el olor de sus ramas.
A partir de ese día, se le fueron cayendo abalorios en cada movimineto de cintura, y hoy en el espejo ocupa menos volumen y el viento puede mecer sus ramas en libertad. Cierra la puerta y echa a andar.
Albada
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A partir de ese día, se le fueron cayendo abalorios en cada movimineto de cintura, y hoy en el espejo ocupa menos volumen y el viento puede mecer sus ramas en libertad. Cierra la puerta y echa a andar.
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Fascinantes esos momentos en que, frente al espejo, uno tiene la valentía de decirse la verdad (o al menos de dejar de mentirse, dos cosas similares pero no iguales), por más dolorosa que sea, y cambiar el rumbo... por más doloroso que sea.
ResponderEliminarDejando todos los abalorios innecesarios en el camino.
Me encantó, Albada.
Es verdad, hay veces, pocas, en las que nos juzgamos con objetividad, el resultado suele ser demoledor.
ResponderEliminarMuy bonito.
Gracias eglon.Desde niños nos cargan de abalorios inútiles y contraproducentes. Quizá sobre los 40 uno se percata de su peso y suelta lastre.Un saludo
ResponderEliminarGracias marga por tu comentario.Me alegro de que te haya gustado.En este caso el resultado fue alentador,mi optimismo y yo, ya sabes.
ResponderEliminarUn abrazo