Dotado de un poderoso intelecto y siempre dirigido por su erudita madre, se dedicó en cuerpo y alma al estudio de las lenguas muertas. Año tras año, década tras década pasaron por sus manos los miles de volúmenes que componían la biblioteca familiar. Aún sin ser nunca reconocido, llegó a ser el mayor experto mundial en Filología clásica. A la venerable edad de noventa años murió igual que había vivido, en la más absoluta soledad e ignorado por todos, si exceptuamos a su leal y momificada madre.
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