Hoy, interrogado por enésima vez, la devuelvo, como siempre, cálidos halagos sobre su inteligencia, sensibilidad y profundidad emocional. Pero algo falla esta vez. Imperceptible para cualquier otro, ella capta un retraso infinitesimal y un minúsculo hálito de duda. El levísimo déficit se convierte, para ella, en larga negligencia, pasando a afrenta personal y mortal traición. Fuera de sí, me destroza con saña. Ahora mis incontables fragmentos reflejan su verdadera alma y su rictus de horror. tapia
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