Como una estatua persistía, agarrado al mástil de la barca, soportando la fina llovizna típica del Cantábrico, con una pipa de maíz entre los dientes, de la cual no salía ningún humo, en avanzar mar adentro en busca del caladero de anchoas que le salvara de la ruina, qué supondría si le embargaban la embarcación, estaría más perdido qué ahí, en su mar. Alfred
Me gusta la idea del relato pero encuentro un poco embarullado el final, supongo que para ajustarte al tamaño, espero que no te moleste el comentario. Un saludo.
ResponderEliminarCreo que tienes razón, está un poco embarullado.
ResponderEliminarUn saludo.