Bajo aquella nariz no era imposible definir a qué olía. Aquello no era nariz, era un piano, un atolón olfativo. El crupier repartía los olores y él los sacaba ya de mano escalados. Se esculpía en su tabique de brea a mimosa, lo titulaba y moría enterrada en sus fosas la duda. Showbits.
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