Finalmente aceptó su invitación. Tenía mucha curiosidad por ver su lugar de trabajo. Pero sentía cierto reparo, casi temor. Veía en sus obras un trazo inquietante, quizá el color, o las formas. El conjunto le hacía encogerse un poco, como si unas manos invisibles salieran del lienzo para atraparla, quedándose a corta distancia de su rostro. El se comportó con una amabilidad exquisita, la tomó del brazo y le enseñó sus pequeños secretos, sus paletas, sus lienzos apilados en un rincón. Y por último su obra cumbre, maestra, la más genial que nunca pensó pintar. Antes de retirar el manto de algodón que la cubría, le reveló que se trataba de un retrato. Un retrato muy especial para él, y quizá también para ella. Aunque no comprendió el alcance de esta revelación, ella asintió y le murmuró que seguro que le encantaba. En un gesto rápido el pintor descubrió su obra. Y quedó ella petrificada ante su propia imagen atrapada en el rectángulo del lienzo. Hasta que unas manos procedentes del retrato avanzaron hacia su cuello y lo apretaron hasta que sus ojos dejaron de ver su reflejo en la pintura, y su boca quedó para siempre sin aliento. AsunBH®2 de febrero de 2013
Mª Asunción Buendía
Mª Asunción Buendía
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