Estaba bajo la cama, era muy delgada y al mirarla temí que fuese real. Deseé fervientemente que sólo fuese un sueño, una ilusión provocada por la fiebre. La contemplé sin atreverme a pestañear. Era bella, con una belleza nimbada y etérea. Permanecía tendida e inmóvil, con los grandes ojos fijos, unas ojeras inquietantes y una palidez sobrenatural. No empuñaba la consabida guadaña, sino unas afiladas tijeras de podar. Transcurrieron unos instantes que para mí fueron largos, eternos, congelados en el tiempo. De pronto sólo sus ojos se movieron hacia mí, en un giro excesivo, antinatural, hasta la misma comisura de los párpados. Todo mi vello se erizó. Un brazo despegó de su costado y una mano aferró el mío, desnudo y ardiente. El gélido contacto me hizo estremecer hasta la médula de los huesos y un avispero ensordecedor casi hizo estallar mi cabeza. Pero entonces su mirada se dulcificó, sus párpados aletearon y su mano se hizo tibia. Tomó la mía, la enterró en su regazo y me encontré acostado a su lado. Su boca rozó mi oido y, en un creciente sopor, me acarició su voz, cristalina y maternal: "Mío... mío para siempre".
El Manco del Espanto
El Manco del Espanto
Finalmente se tornó en dulce muerte como las de los que se infartan dormidos.
ResponderEliminarAunque creo debe ser mejor morir de risa.
Bueno, esta muerte se parece un poco al amor, que tampoco es mala cosa. Ojalá sea dulce cuando nos llegue, de amor o de risa.
ResponderEliminarPor cierto, si quieres ver una muerte de risa y no andas con prisa, vete a mi relato "Tragicomedia". Y gracias por tu comentario
El Manco
Hijo, que nervios!!! temí que le diera un tijeretazo asesino. Estoy de acuerdo con vosotros que sea dulce.
ResponderEliminarDulce como el ansiado descanso tras una jornada larga y plena. Dulce y apacible, naturalmente aceptada y ¿por qué no? apetecida.
ResponderEliminarEl Manco.