A las tres personas que le saludaban desde la hoja del armario de luna, nunca antes las había visto. Disfrazadas con vestimentas de épocas variopintas, aquellas le miraban intensamente a los ojos. Un centelleo de luz transformó la superficie del espejo en un deslumbrante palacio con jardines colgantes. Entonces, la mujer comenzó a bailar una danza de rubí al tiempo que los dos hombres, desenfundadas sus espadas, se batían en duelo por una brizna de belleza. La pista de baile era ya un ardiente campo del honor, un torneo que discurría en sensuales zarabandas, obligando al hombre que admiraba aquel reflejo a retroceder asustado. Sin embargo, cuanto más se alejaba del espejo, más roja se volvía la danza de rubí, música compuesta para abrillantar la pulsera de granates que tintineaba en las muñecas de la bayadera. Un nuevo resplandor vino a cegarle desde la luna del armario al que se asomaba, esta vez causado por el entrechocar de los aceros. El duelista más anciano , su perfil crispado en una fiera mueca de combate, acababa de ensartar a su oponente. Apagada la danza, el espectador se acercó temerosamente hasta aquel espejo embrujado. Había cambiado mucho, pero al final se reconoció.
Ricardo Gómez Tovar
Ricardo Gómez Tovar
Estupendo planteamiento, brillante desarrollo, desconcertante final. ????
ResponderEliminarGracias por tus comentarios. La verdad es que a mí también me desconcertó el final, pero salió así. Supongo que serán cosas de otras vidas...
Eliminar