Entregado su encargo, el taxidermista descendió la ladera que separaba aquella casa de la carretera. Se volvió y creyó ver a una mujer de pelo blanco tras el cristal de la buhardilla. Fue una visión desvaída y espectral, que acentuó la desasosegante impresión que le habían producido la casa y el sujeto que le había encargado el trabajo. Dentro de aquélla, éste subía lentamente la escalera, portando con ambas manos un imponente gato negro de ojos relucientes, un magnífico trabajo de taxidermia que, por capricho o por cansancio, había encomendado a un profesional pese a que él dominaba perfectamente el arte de la momificación. La puerta de la buhardilla chirrió al abrirla y dejó ver a una anciana sentada. Fijando la mirada en sus cuencas vacías, el hombre depositó el animal en su regazo y susurró: “Toma madre, por tu cumpleaños. Con devoción y amor de tu hijo Norman Bates”.
El Manco del Espanto
El Manco del Espanto
Recuerdame que no vaya núnca a esa casita.
ResponderEliminarUn saludo.
Marga, ya te extrañaba, últimamente has aparecido poco por aquí. ¿Seguro que no quieres ir a esa casa aunque ande por allí Anthony Perkins? Todo consiste en que no se te ocurra darte una ducha en el hotel cercano. Claro que, dadas las aficiones de este señor, mejor buscarse otro hotel.
EliminarBesos de El Manco.
Gracias Manco, es curioso pero tanto tiempo por aquí al final somos una especie de extraña familia.
ResponderEliminarHe estado de vacaciones, pero como todo lo bueno se acaba no me ha quedado otra que volver al redil.
Un beso.