Doblé la esquina, ensimismado como iba en mis pensamientos.
Inesperadamente, la vi.
Mi corazón dio un vuelco y comenzó a latir aprisa, trastabillado. Nuestras miradas, atrayéndose la una a la otra como potentes imanes, acabaron cruzándose y entrechocando estrepitosamente como los sables de dos maestros de esgrima.
Una chispa saltó cuando me zambullí en la profundidad de sus ojos, enigmáticos, misteriosos, lascivos. Una chispa que prendió un voraz fuego que, inevitablemente, acabaría consumiéndonos entre sus llamas.
Me vino a la cabeza, húmedo y lujurioso, el recuerdo de nuestro maravilloso y tórrido encuentro. Ya había pasado un año pero continuaba grabado a fuego en mi mente. Ella, yo, solos y desnudos, cuerpo contra cuerpo, entregados al placer de la carne en una orgía animal y desenfrenada.
Sé que ella, justo en el mismo instante que yo, también lo recordó estremeciéndose.
Sin embargo, las cosas habían cambiado. Allí estaba en lo alto de aquella escalera.
Y no estaba sola.
Yo… no acababa de comprender.
¿Qué podía ofrecerle aquel hombre que no pudiera yo entregarle con creces?
Las notas de un pasodoble se escuchaban desde algún lugar indeterminado de la calle.
Todavía te añoro, Jacinta.
¡Qué nombre tan extraño para una cabra!
Cándido Macarro
Inesperadamente, la vi.
Mi corazón dio un vuelco y comenzó a latir aprisa, trastabillado. Nuestras miradas, atrayéndose la una a la otra como potentes imanes, acabaron cruzándose y entrechocando estrepitosamente como los sables de dos maestros de esgrima.
Una chispa saltó cuando me zambullí en la profundidad de sus ojos, enigmáticos, misteriosos, lascivos. Una chispa que prendió un voraz fuego que, inevitablemente, acabaría consumiéndonos entre sus llamas.
Me vino a la cabeza, húmedo y lujurioso, el recuerdo de nuestro maravilloso y tórrido encuentro. Ya había pasado un año pero continuaba grabado a fuego en mi mente. Ella, yo, solos y desnudos, cuerpo contra cuerpo, entregados al placer de la carne en una orgía animal y desenfrenada.
Sé que ella, justo en el mismo instante que yo, también lo recordó estremeciéndose.
Sin embargo, las cosas habían cambiado. Allí estaba en lo alto de aquella escalera.
Y no estaba sola.
Yo… no acababa de comprender.
¿Qué podía ofrecerle aquel hombre que no pudiera yo entregarle con creces?
Las notas de un pasodoble se escuchaban desde algún lugar indeterminado de la calle.
Todavía te añoro, Jacinta.
¡Qué nombre tan extraño para una cabra!
Cándido Macarro
La cabra, la cabra, la puta de la cabra, la madre que la parió...
ResponderEliminarOye, te ha quedado gracioso. Tiene su puntito..
Los misterios del amor son insondables. Gracias
ResponderEliminar