El fuerte viento de levante que había estado soplando durante todo el día se había convertido en cuestión de poco más de media hora, con la caída gradual de la tarde, en una ligera brisa, aplacando el furor de las olas hasta dejar la playa en la más completa calma. No hacía más de diez minutos que el sol comenzara a ocultarse tras las cumbres de las montañas cercanas alineadas a espaldas de la costa y sólo quedaban ya unos pocos reflejos anaranjados en el agua huyendo de la orilla a medida que eran perseguidos por las alargadas sombras de las moles rocosas.
El azul brillante y nítido del cielo iba perdiendo intensidad paulatinamente y se oscurecía, más cuanto más al este, acercándose sin prisa a esos cinco minutos mágicos en los que se funde en el horizonte con el color del mar, sin quedar claro dónde acaba uno y donde empieza el otro, cuando los espíritus se suspenden en un halo de misteriosa ingravidez y el ánimo queda sobrecogido e impresionado por ese milagro diario del atardecer en el Mediterráneo, injustamente ignorado por lo cotidiano.
Una vela blanca, lejos, muy lejos, cruzaba rozando la apenas perceptible línea del horizonte, despacio, de sur a norte, con destino incierto.
El corazón y la mente de Jorge, sentado sobre la arena, se inundaban de paz y serenidad. Aunque hoy no había conseguido relajarse del todo con la plácida contemplación del ocaso del astro rey. Incómodo, se agitaba a un lado y al otro como si tuviera el baile de San Vito. La razón no era otra que su trasnochado y minúsculo bañador tipo slip, ridículamente pequeño por donde se le colaba la arena que le provocaba irritantes picores. La talla del bañador nunca varió con los años, pero la de Jorge creció a la par que su vanidad y su obstinación en negar la evidencia. Por detrás, la exigua prenda cubría sólo una mitad y dejaba al aire la otra, sin poder delimitar si era el “cu”, o era el “lo” la peluda parte que asomaba fuera. Por delante el panorama no era mucho más halagüeño porque una multinacional cervecera se había encargado, a lo largo de décadas de profesional dedicación, de confeccionarle una gran barriga que le caía en cascada hasta casi el inicio de sus delgados muslos. Una profunda y permanente marca de calcetín rodeaba sus jilgueriles canillas dando un toque ornamental a aquella figura quijotesca. Incapaz de soportar más el picor decidió incorporarse y esperar a Marta de pie estirando disimuladamente aquel diminuto taparrabos, que por una sencilla ley física acababa menguando en el lado opuesto a donde recibía el tirón, dejando asomar, para desasosiego del resto de bañistas, sus precarios atributos, que mejor hubieran debido permanecer ocultos.
Marta había sido su novia en el barrio hacía ya un montón de años. Una delicada preciosidad, recordaba Jorge, por la que había despertado muchas envidias durante el tiempo que había durado aquella rel ación. Aunque por circunstancias de la vida cada uno acabó tomando un derrotero diferente. Ahora, en el otoño de sus vidas, divorciados ambos, se iban a reencontrar tras haber contactado virtualmente en Facebook, la gran fábrica de mentiras. ¡Quién sabía! Quizás, tuvieran ocasión de retomar aquello que habían dejado hacía ya muchos lustros…
Un frisby desorientado, estrellándose contra su baldía coronilla le sacó violentamente de sus pensamientos. Jorge, conmocionado, giró la cabeza mientras se la rascaba buscando a su agresor pero una mole flácida y celulítica con cara de mujer sustentada en dos gruesas y uniformes columnas a modo de piernas, le tapaba todo el campo de visión. Un bikini talla XXL sostenía a duras penas sus desbordantes lorzas. Devoraba más que comía un grasiento bocadillo de panceta y dos hilillos de pringue se deslizaban despacio desde la comisura de sus labios. La sorpresa inicial de Jorge se transformó en decepción cuando cre yó adivinar, tras aquella abotargada cara de la que colgaba una gran papada, un rostro vagamente familiar.
- ¿…..Mar….ta…..? – Consiguió balbucear - ¿Eres tú?
La mujer, a su vez, no perdía detalle admirando el bañador de su interlocutor completamente alucinada. Al cabo de un tiempo, quizás porque aún recordaba aquella prenda aunque no en un cuerpo tan maltratado por la vida como aquel, quizás por alguna otra misteriosa razón, reconoció a Jorge.
- ¡Jorge! ¡ Por Dios! – Exclamó Marta escupiendo involuntariamente unas migas de pan - Estás…estás…¡Cómo estás! ¿Pero qué te ha ocurrido?
- ¡No te jode! Pues anda que tú…– replicó Jorge herido en lo más íntimo de su orgullo - ¿y a ti? ¿qué te ha pasado a ti?
Tras un primer minuto de shock se miraron, se inspeccionaron de arriba abajo, haciendo un exhaustivo inventario de desperfectos, se lamentaron de lo cruel que podía llegar a ser el paso del tiempo, y, final mente, con mentalidad pragmática se conformaron con lo que había, aunque no fuera mucho. La vida, con más saña que gusto, les había acabado modelando sin consideración, pero, ¿Por qué no? ambos, en algún rincón de aquellos maltrechos cuerpos anhelaban encontrar al ser que otrora habían conocido y del que habían sido capaces de enamorarse y, con un secreto y desesperado deseo de recuperar tiempos mejores, o quizás de volver a sentirse jóvenes, comprendieron, rieron, se dieron la mano y disfrutaron de un largo paseo a lo largo de la orilla de la playa poniéndose al día de sus vidas.
Cándido Macarro
El azul brillante y nítido del cielo iba perdiendo intensidad paulatinamente y se oscurecía, más cuanto más al este, acercándose sin prisa a esos cinco minutos mágicos en los que se funde en el horizonte con el color del mar, sin quedar claro dónde acaba uno y donde empieza el otro, cuando los espíritus se suspenden en un halo de misteriosa ingravidez y el ánimo queda sobrecogido e impresionado por ese milagro diario del atardecer en el Mediterráneo, injustamente ignorado por lo cotidiano.
Una vela blanca, lejos, muy lejos, cruzaba rozando la apenas perceptible línea del horizonte, despacio, de sur a norte, con destino incierto.
El corazón y la mente de Jorge, sentado sobre la arena, se inundaban de paz y serenidad. Aunque hoy no había conseguido relajarse del todo con la plácida contemplación del ocaso del astro rey. Incómodo, se agitaba a un lado y al otro como si tuviera el baile de San Vito. La razón no era otra que su trasnochado y minúsculo bañador tipo slip, ridículamente pequeño por donde se le colaba la arena que le provocaba irritantes picores. La talla del bañador nunca varió con los años, pero la de Jorge creció a la par que su vanidad y su obstinación en negar la evidencia. Por detrás, la exigua prenda cubría sólo una mitad y dejaba al aire la otra, sin poder delimitar si era el “cu”, o era el “lo” la peluda parte que asomaba fuera. Por delante el panorama no era mucho más halagüeño porque una multinacional cervecera se había encargado, a lo largo de décadas de profesional dedicación, de confeccionarle una gran barriga que le caía en cascada hasta casi el inicio de sus delgados muslos. Una profunda y permanente marca de calcetín rodeaba sus jilgueriles canillas dando un toque ornamental a aquella figura quijotesca. Incapaz de soportar más el picor decidió incorporarse y esperar a Marta de pie estirando disimuladamente aquel diminuto taparrabos, que por una sencilla ley física acababa menguando en el lado opuesto a donde recibía el tirón, dejando asomar, para desasosiego del resto de bañistas, sus precarios atributos, que mejor hubieran debido permanecer ocultos.
Marta había sido su novia en el barrio hacía ya un montón de años. Una delicada preciosidad, recordaba Jorge, por la que había despertado muchas envidias durante el tiempo que había durado aquella rel ación. Aunque por circunstancias de la vida cada uno acabó tomando un derrotero diferente. Ahora, en el otoño de sus vidas, divorciados ambos, se iban a reencontrar tras haber contactado virtualmente en Facebook, la gran fábrica de mentiras. ¡Quién sabía! Quizás, tuvieran ocasión de retomar aquello que habían dejado hacía ya muchos lustros…
Un frisby desorientado, estrellándose contra su baldía coronilla le sacó violentamente de sus pensamientos. Jorge, conmocionado, giró la cabeza mientras se la rascaba buscando a su agresor pero una mole flácida y celulítica con cara de mujer sustentada en dos gruesas y uniformes columnas a modo de piernas, le tapaba todo el campo de visión. Un bikini talla XXL sostenía a duras penas sus desbordantes lorzas. Devoraba más que comía un grasiento bocadillo de panceta y dos hilillos de pringue se deslizaban despacio desde la comisura de sus labios. La sorpresa inicial de Jorge se transformó en decepción cuando cre yó adivinar, tras aquella abotargada cara de la que colgaba una gran papada, un rostro vagamente familiar.
- ¿…..Mar….ta…..? – Consiguió balbucear - ¿Eres tú?
La mujer, a su vez, no perdía detalle admirando el bañador de su interlocutor completamente alucinada. Al cabo de un tiempo, quizás porque aún recordaba aquella prenda aunque no en un cuerpo tan maltratado por la vida como aquel, quizás por alguna otra misteriosa razón, reconoció a Jorge.
- ¡Jorge! ¡ Por Dios! – Exclamó Marta escupiendo involuntariamente unas migas de pan - Estás…estás…¡Cómo estás! ¿Pero qué te ha ocurrido?
- ¡No te jode! Pues anda que tú…– replicó Jorge herido en lo más íntimo de su orgullo - ¿y a ti? ¿qué te ha pasado a ti?
Tras un primer minuto de shock se miraron, se inspeccionaron de arriba abajo, haciendo un exhaustivo inventario de desperfectos, se lamentaron de lo cruel que podía llegar a ser el paso del tiempo, y, final mente, con mentalidad pragmática se conformaron con lo que había, aunque no fuera mucho. La vida, con más saña que gusto, les había acabado modelando sin consideración, pero, ¿Por qué no? ambos, en algún rincón de aquellos maltrechos cuerpos anhelaban encontrar al ser que otrora habían conocido y del que habían sido capaces de enamorarse y, con un secreto y desesperado deseo de recuperar tiempos mejores, o quizás de volver a sentirse jóvenes, comprendieron, rieron, se dieron la mano y disfrutaron de un largo paseo a lo largo de la orilla de la playa poniéndose al día de sus vidas.
Cándido Macarro
Tremendo y desbordante. De un realismo tan apabullante que raya en el surrealismoi. Digno de ser ilustrado por el pintor Botero. Y además está bien escrito.
ResponderEliminarMuchas gracias
ResponderEliminarMe gustado mucho, tiene gracia, realismo y amargura, todo ello bien mezclado a mi juicio, enhorabuena.
ResponderEliminarUn saludo.