(Únanse las primeras letras de cada párrafo para formar una palabra).
Fue una sorpresa aquel letrero: “Monasterio cisterciense a 5 kilómetros”.
A pesar de haber circulado varias veces por aquella carretera no lo había visto antes.
Nunca resisto la llamada del arte, así que, aunque ya anochecía, tomé inmediatamente la desviación.
Todo era soledad y silencio alrededor de aquellos muros sombríos en cuya puerta abierta nadie me detuvo.
Anduve por claustros y galerías en una semioscuridad lúgubre que habría sobrecogido a otro menos absorto en admirar arcos, cúpulas y capiteles, hasta que desemboqué en el espacioso refectorio.
Sí que me sobresalté entonces, pues, sentados a la mesa, veinte frailes encapuchados me miraron, pero al acercarme descubrí que bajo sus capuchas ¡no había nadie!
Mi carrera fue alocada e interminable y las bóvedas devolvieron el eco de mis gemidos.
Al día siguiente el letrero había desaparec ido y en lugar del monasterio únicamente encontré campo y, como el anterior anochecer, soledad y silencio.
El Manco del Espanto