La niña le dijo, sin hablar, adiós. Con aquellos ojos negros, profundos y misteriosos, que temblaban de pena. Luego se dio la vuelta ante lo irremediable. Y le ofreció al chaval un último recuerdo con su melena, que era como una densa cortina con la que ocultar las lágrimas.
Acortarían la distancia con las cartas que se escribirían todas las semanas. Y se sentirían, el uno al otro, a cientos de kilómetros, poniendo el oído en la vía del tren que unía sus dos lejanas ciudades.
El solo recibió las dos primeras, aunque cada semana enviaba la suya. Así pasaron los meses mientras una
honda pena iba llenando el pozo de su amargura hasta el brocal.
Como cada día, aquella mañana se acercó a la vía. Puso su oído sobre el raíl. Había llorado tanto y se sentía tan deprimido que se quedó dormido.
Vino el tren, el no sabría explicar cómo lo vio sin despertarse. Y le segó la cabeza. Sólo sintió cómo el agua de aquel pozo se teñía de r ojo e inundaba los raíles como un inmenso lago.
Su mamá lo despertó para ir a la escuela. Y, sorprendido, se encontró descansado y alegre.
Cuando llegó a la vía puso de nuevo su oído en ella. Sentía cómo un pálpito extraño.
Pero el cartero no tenía nada para él.
Abatido entró en la escuela. Y, de repente, se topó con unos ojos azules, de cielos limpios y claros, que también lo miraron.
La hija de los nuevo ferroviarios acababa de llegar. Por muchas razones nunca la olvidaría.
Francisco Rodríguez Tejedor
Acortarían la distancia con las cartas que se escribirían todas las semanas. Y se sentirían, el uno al otro, a cientos de kilómetros, poniendo el oído en la vía del tren que unía sus dos lejanas ciudades.
El solo recibió las dos primeras, aunque cada semana enviaba la suya. Así pasaron los meses mientras una
honda pena iba llenando el pozo de su amargura hasta el brocal.
Como cada día, aquella mañana se acercó a la vía. Puso su oído sobre el raíl. Había llorado tanto y se sentía tan deprimido que se quedó dormido.
Vino el tren, el no sabría explicar cómo lo vio sin despertarse. Y le segó la cabeza. Sólo sintió cómo el agua de aquel pozo se teñía de r ojo e inundaba los raíles como un inmenso lago.
Su mamá lo despertó para ir a la escuela. Y, sorprendido, se encontró descansado y alegre.
Cuando llegó a la vía puso de nuevo su oído en ella. Sentía cómo un pálpito extraño.
Pero el cartero no tenía nada para él.
Abatido entró en la escuela. Y, de repente, se topó con unos ojos azules, de cielos limpios y claros, que también lo miraron.
La hija de los nuevo ferroviarios acababa de llegar. Por muchas razones nunca la olvidaría.
Francisco Rodríguez Tejedor
En pocas lineas has reunido distancia, melancolía, ensueño, amor,.muerte, resurrección, desesperanza, ilusión renacida... Tantos temas intensos y queridos de la literatura y de la ficción en general. Buen relato.
ResponderEliminarSaludos de Serie B - El Manco
Muchas gracias Manco. Efectivamente, las emociones y los sentimientos de una vida que comienza dan para mucho. Y, literariamente, a mi me fascinan. Abrazo.
EliminarEl renacer tras un sueño amargo. Me gustó el íntimo mensaje de renacer, desde la mirada infantil. Que permanece. Casi que seguro.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ese reverdecer de la ilusión, como tú dices, emociona siempre. Y en las primeras inocencias todavía mucho más.
EliminarUn abrazo.
Me ha gustado mucho, Francisco. Has construído una historia de amor adolescente, con todas sus etapas. Con catarsis incluída, como corresponde a la fuerza renovadora de la juventud, siempre dispuesta hacia delante. El ambiente rural es magnífico. Y la diferencia absoluta entre las dos niñas, clarificadora de un profundo cambio en el niño.
ResponderEliminarLa canícula ha empezado a pleno rendimiento.
Un fuerte abrazo.
Muchas gracias Daniel por tus siempre apreciados comentarios. A mí el mundo de la niñez y de la adolescencia me atraen muchísimo literariamente. Como simbología de muchísimas cosas. Me alegro que te haya gustado. Un abrazo.
EliminarAfortunadamente, casi siempre, detrás de cada pozo nos esperan unos ojos.
ResponderEliminarSí, esa bonita imagen poética que escribes, compensa, al final, de muchos sufrimientos. Gracias, Marga. Un abrazo.
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