—Ya de joven apostaba fuerte —el anciano hizo una pausa para rascarse el muñón— y no siempre ganaba —sonrió acercándome la baraja mientras a su espalda el esbirro bizco jugueteaba con una navaja.
El manco abrió con mano hábil el maletín rebosante de billetes añadiendo: — Tú eres joven, como lo fui yo un día – se miró con cariño el muñón—. ¿Que qué gano? Pervivir en tu recuerdo: nunca me olvidarás.
Aquella noche decidió la carta más alta. El viejo tenía razón. Desde entonces, cada mañana al ponerme las lentillas, añoro mis gafas pensando en él.
La lengua salvada (Mikel Aboitiz)
El manco abrió con mano hábil el maletín rebosante de billetes añadiendo: — Tú eres joven, como lo fui yo un día – se miró con cariño el muñón—. ¿Que qué gano? Pervivir en tu recuerdo: nunca me olvidarás.
Aquella noche decidió la carta más alta. El viejo tenía razón. Desde entonces, cada mañana al ponerme las lentillas, añoro mis gafas pensando en él.
La lengua salvada (Mikel Aboitiz)
Un caso claro de microrrelato al que le es imprescindible el título... salvo quizás para los muy perspicaces. Y además es de los buenos.
ResponderEliminarSaludos de El Manco (y no precisamente el del relato)
Consuélese, peor habría sido las dos orejas y el rabo...
ResponderEliminarTienes razón!!! debo ser de los perspicaces reguleras, porque sin el título lo hubiera tenido dificil
ResponderEliminarMuy buen micro. Todo lo han dicho ya mis predecesores.
ResponderEliminarPero como en el toro, todo es micro, incluído el título.