Al salir a la calle ya sabia a donde iría, aunque no quisiese pensar en ello. El azar o el vagabundeo le parecían menos ridículos que la premeditación para ir a casa de Andrea. Llovía mansamente, sin prisa alguna. Las nubes pueden permitirse el lujo de la pereza en S. Sesteando , se dejan caer de vez en cuando hasta casi tocar el suelo , envolviendo la ciudad en un gris húmedo que amortigua los ruidos y ralentiza el tiempo. Recorrió las calles de la zona vieja. Noviembre es un mes maravilloso para pasear por S. Libre al fin de su condición de decorado para turistas, le recordó a la ciudad que guardaba en su memoria, mojada y melancólica. Silenciosa. Al llegar al portal de Andrea encendió un pitillo para darse tiempo a recordar porqué había llegado hasta ahí
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