Seguía atrapado allí dentro, en plena Filarmónica de Berlín, en la última fila de los segundos violines, cerca de los chelos. Los contrabajos, erguidos como una amenaza a mi espalda, vigilaban los últimos aplausos de saludo, los carraspeos escapando aquí y allá entre el público. Un instante de silencio y el director alzó la batuta. Yo observaba a mi violinista: ahogaba la tos, apretaba los ojos, sudaba. En el solo de piano abrió mi cárcel de plástico. Fue un honor ser el elegido; dejarme llevar, disfrutar de la música, deshacerme, fundirme dulcemente con ella mientras la orquesta surcaba el adagio.
La lengua salvada (Mikel Aboitiz)
0 comentarios:
Publicar un comentario