domingo, 11 de octubre de 2015

Menta

Seguía atrapado allí dentro, en plena Filarmónica de Berlín, en la última fila de los segundos violines, cerca de los chelos. Los contrabajos, erguidos como una amenaza a mi espalda, vigilaban los últimos aplausos de saludo, los carraspeos escapando aquí y allá entre el público. Un instante de silencio y el director alzó la batuta. Yo observaba a mi violinista: ahogaba la tos, apretaba los ojos, sudaba. En el solo de piano abrió mi cárcel de plástico. Fue un honor ser el elegido; dejarme llevar, disfrutar de la música, deshacerme, fundirme dulcemente con ella mientras la orquesta surcaba el adagio.
La lengua salvada (Mikel Aboitiz)

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