Siempre lo mismo: lo que pasa en Madrid es como si nos ocurriera a todos y ahora les ha dado por decir que los árboles somos una amenaza.
Ya comprendo que los madrileños tienen sus problemas: que si la polución, que si el tráfico, que el calor… pero ¿que quieres? y a cada uno nos toca vivir nuestra vida.
Yo soy un anciano sauce burgalés cuyas raíces se hunden en la tierra del hermoso paseo de la isla, cerquita del río Arlanzón,
En verano y primavera tengo gran actividad porque doy cobijo a los pájaros, sombra a los niños y, aunque me pese, alivio a los perros…
Lo que más me gusta hacer es balancear mis hojas suavemente para refrescar los sofocos de las parejas de enamorados que al atardecer, cuando el mundo se viste de violeta, se sientan en los bancos mirándose a los ojos.
Pero enseguida llega el otoño y más tarde las heladas, entonces la gente se olvida del placer del reposo callejero y pasa a toda velocidad, con la nariz hundida en la bufanda, sin más deseo que volver a casa… y me siento solo.
Esta es mi sencilla vida que ahora, al parecer, toca a su fin.
Dicen que, seguramente debido a la edad, voy encorvándome hacia el río y supongo un peligro para los viandantes ¡un peligro yo! ¿Se lo pueden creer? El caso es que me van a talar. ¿Creen ustedes que Juan José Millás me va a dedicar un artículo en el país? pues no, fijo que no, porque los árboles de provincia no interesamos a nadie.
desasosegada
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