Su nombre era Juan Palmas, pero desde niño fue apodado “El Palomas”.
Era un niño distraído que miraba la vida desde el fondo de unas gafotas de pasta ajustadas en la nuca con una goma.
Me encariñé con él desde el principio, Era despierto y curioso, enamorado de las corrientes de aire, de las nubes, del vuelo de los pájaros y de otras fruslerías que le granjearon entre sus compañeros la fama de “raro”. Era capaz de parar un partido de fútbol para espantar a una mariposa o pasar la tarde viendo como dos bolsas bailaban en el remolino de la esquina norte del patio.
El día de fin de curso despedí a mis alumnos que salieron entre carreras, empujones y risas, inconscientes de que al cruzar la puerta dejaban atrás su niñez.
También salió, algo rezagado, Juan. Echó una ojeada fugaz al patio y se marchó silbando. Observé como se alejaba sabiendo que le sería difícil adaptase a la vida real.
Años después vi el periódico lo cal la foto de un joven de gruesas gafas y ojos soñadores, le reconocí de inmediato, era “el palomas”. Al parecer había desaparecido y su familia cursaba orden de búsqueda.
Porque tenía mucho tiempo, porque siempre le tuve simpatía y porque me dio la gana, me involucré en una búsqueda que no me incumbía.
Pregunté por tierra, mar y aire. Pude seguir su pista hasta el edificio más alto de la ciudad. Allí, el ascensorista recordó haberle subido hasta la última planta pero no fue capaz de darme más pistas.
No encontré más rastros; no había noticia de accidente alguno, ni carta de despedida. NADA. Jamás bajó,
A falta de explicación verosímil me he inventarme la mía. Así que he adquirido la costumbre de escudriñar el cielo y observar las aves, deseando que allá por donde su alma vuele, sea, por fin, feliz.
desasosegada
Está en el palomar, disfrutando de las corrientes de aire y persiguiendo bolsas de plástico arremolinadas.
ResponderEliminarUn saludo.
Seguro!!
ResponderEliminar