Ya saben como son las madres, todas creen tener entre sus vástagos a un genio.
La mía era de esas. Desde el día en que logré hacer la o, sin canuto, decidió que tenía madera de escritor.
Cuando cumplí los 13, buscó una institución con fama de ser cuna de literatos y cursó la solicitud. La verdad es que no nos lo podíamos permitir, ni ella, que tendría que trabajar como una mula para pagarlo, ni yo, que no quería irme de casa.
Fui con desgana a la prueba de acceso, que consistió en una redacción sobre los motivos por los cuales quería ingresar allí.
No fue por provocar, de verdad, pero es que no logré encontrar ni uno, así que entregué la hoja en blanco.
Días después nos convocaron y allá fuimos mi madre y yo con nuestras mejores galas.
El director examinó mi folio en blanco, como si fuera el Quijote. Quise explicarle, que no había entendido el ejercicio, pero se limitó a decirnos que no era apto para ser alumno suyo y desapareció.
Yo no me atreví ni a mirar a mi madre, a la que suponía decepcionada. Ella, sorprendida, cogió el folio en blanco y lo examinó: “mamá, yo no quiero ser escritor”, balbuceé
- ¿Y que quieres ser, criatura? -dijo dulcemente.
- Torero como “el cordobés”
Sonrió resignada y volvimos al pueblo, ella a su panadería y yo a mi escuela.
Pero a las madres, siempre tienen razón y aquí me tienen firmando ejemplares de mi último best seller. Muchas gracias por su atención y si alguien desea que le dedique el libro estaré encantado.
desasosegada
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