Hace algún tiempo, en el lugar inmaterial de las letras sueltas, por las visitas constantes y las miradas sedientas de sus habitantes, llegó a formarse un lago de afectos literarios.
Allí acudían los lectores que hilvanaban párrafos porque el cuerpo se lo pedía, los que encadenaban pequeños textos entre sí, o comentaban lo dejado por otros. Eran unos habitantes con mucho que imaginar o que decir y nada que perder. Con la pasión compartida hacia los pequeños manojillos de letras que destilaban ingenio o reflexión, historias o poesías, caricias de papel o hachazos de intriga. Llegó un otoño en el que las hojas, con sus mil matices de ocre, casi impidieron ver la belleza del bosque. Caminaron sobre la tierra, sin dejar de mirar el lago de los afectos, pero el invierno fue largo. Hubo quien se iba y regresaba, quien se iba y nunca volvió.
Pasaron los años, las primaveras vieron llegar nuevos paseantes y turistas de un instante, pero el lago seguía albergando el agua de los afectos que jamás se aniquiló
Por eso, para algunos, cada otoño nos trae el sabor a un verano que sabemos que jamás regresará, pero que añoramos, porque ¿quién, alguna vez, no desea regresar adonde fue feliz?
Albada
Y aquí regresamos sin duda, querida Albada, donde una vez empezamos de niños literarios. Y quizá, por ello, fuimos tan felices.
ResponderEliminarQuiero pensar que es así. Veo fechas y me asomo al abismo de lo inmaterial, que me lleva a recordar esa niñez literaria. Sin duda ese vértigo, ese recordarme, recordarnos, es parte del paraíso perdido que no podemos olvidar.
EliminarUn abrazo