Su relación con la isla, nació en forma de palabras escritas desde un corazón joven e impulsivo, lleno de sorpresas y cartas, lanzadas hacia la diana más certera del encantamiento.
Las olas cesaron en su empuje, una vez que la isla fue conquistada. Aguas estancadas, sin atisbo de vida interior. Flora y fauna aniquiladas, por la condescendencia más absurda.
El primer regalo, en el fondo del cajón, le recuerdan todo esto, -una estilográfica Mont Blanc-, con la tinta tan seca, como su propio corazón.
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Buena metáfora construida sobre la isla y las olas, Veintiuno. Y esas aguas estancadas por la cotidianeidad (bueno, al menos parece que no se levantan ciclones sobre ellas)
ResponderEliminar@papelylápiz
ResponderEliminarCreo que pasa a menudo, Luis, la fuerza, frescura del amor en sus comienzos, contrasta con la dejadez y el abandono de este, por creernos que una conquista es para siempre y damos por hecho algo que necesita riego y cuidado diario.
Islas desoladas y paraísos perdidos. Sin embargo tan queridas y queridos ¿No es cierto?
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