Llegaron lindando el ocaso, cuando la brisa devolvía aromas de romero y tomillo y los pastores recogían sus rebaños. Desmontaron y, guiados por una peculiar aura, caminaron decididamente hacia una desvencijada cabaña. Los tres extranjeros apenas advirtieron a la humilde mujer que amamantaba a su recién nacido a la puerta de la casa contigua. En el cobertizo sólo encontraron a un buey y una mula. Desconcertados, volvieron sobre sus pasos, y cabalgaron de nuevo en pos de su leyenda.
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