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viernes, 10 de diciembre de 2010
Límites temporales
Compartían todo. Por un quítame allá esas pajas se dejaron de hablar y de ver. Las vueltas de la vida les colocaron en la misma empresa, codo con codo. No se saludaban y sólo se intercambiaban los e-mails estrictamente necesarios para el trabajo. Se jubilaron juntos y, casualidad, acabaron en la misma residencia. Siguieron sin hablarse. Entre sus tumbas contiguas mandaron alzar un muro, que los años y las inclemencias del clima se encargaron de derribar. Un terremoto mezcló sus restos para siempre.
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Estupendo micro. La vida cotidiana nos obliga a veces a tratar con personas que no hubiéramos elegido por libre albedrío. El tramo final, sorprendentemente bien ligado. Enhorabuena.
ResponderEliminarEs un buen relato, deberías firmarlo, aunque sea como Anónimo.
ResponderEliminarBuen relato. Enhorabuena.
ResponderEliminarGracias por los comentarios. Pero no entiendo la necesidad de firmar, sobre todo si al final lo firmo como anónima o anónimo (en mi opinión, lo mejor sería que nadie firmase).
ResponderEliminar@Anónimo
ResponderEliminarCreo que es por el mismo motivo que nos vestimos nosotros mismos y no dejamos que nadie lo haga por nosotros.
Entiendo la metáfora. Pero, en la vida real, un vestido es, eso: real. En cambio, las firmas anónimas (y los pseudónimos) equivalen a realidades inexistentes. Una contradicción lógica en toda regla. Sería diferente si las firmas fuesen reales.
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