viernes, 10 de diciembre de 2010

Límites temporales

Compartían todo. Por un quítame allá esas pajas se dejaron de hablar y de ver. Las vueltas de la vida les colocaron en la misma empresa, codo con codo. No se saludaban y sólo se intercambiaban los e-mails estrictamente necesarios para el trabajo. Se jubilaron juntos y, casualidad, acabaron en la misma residencia. Siguieron sin hablarse. Entre sus tumbas contiguas mandaron alzar un muro, que los años y las inclemencias del clima se encargaron de derribar. Un terremoto mezcló sus restos para siempre.

6 comentarios:

  1. Estupendo micro. La vida cotidiana nos obliga a veces a tratar con personas que no hubiéramos elegido por libre albedrío. El tramo final, sorprendentemente bien ligado. Enhorabuena.

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  2. Es un buen relato, deberías firmarlo, aunque sea como Anónimo.

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  3. Gracias por los comentarios. Pero no entiendo la necesidad de firmar, sobre todo si al final lo firmo como anónima o anónimo (en mi opinión, lo mejor sería que nadie firmase).

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  4. @Anónimo
    Creo que es por el mismo motivo que nos vestimos nosotros mismos y no dejamos que nadie lo haga por nosotros.

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  5. Entiendo la metáfora. Pero, en la vida real, un vestido es, eso: real. En cambio, las firmas anónimas (y los pseudónimos) equivalen a realidades inexistentes. Una contradicción lógica en toda regla. Sería diferente si las firmas fuesen reales.

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