Pero existían esos "otros días" en los que tenía el ceño fruncido y me reñía por todo, pero si le miraba a los ojos, enseguida reía.
Una mañana lluviosa me llevó a un edificio sombrío y dijo: "sé bueno, volveré pronto".
Desde entonces han transcurrido seis meses, dos días y tres horas.
Cada noche le espero asomando el hocico por la reja de la perrera, aullando a la luna. Pero él donde quiera que esté, no puede oírme.
desasosegada

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