Una jaula de oro atrapó sus deseos. Al principio ellos se revelaron pugnando por salir (eran tantos y tan grandes que apenas cabían allí confinados), pero con el tiempo terminaron aplacándose, acostumbrándose a la seguridad de esos barrotes dorados, desvaneciéndose hasta hacerse casi insignificantes; meros suspiros de ilusión. Un día, mientras paseaba por el campo, los pájaros revoloteando entre los árboles le recordaron que era libre, y que la jaula que encerraba sus deseos siempre estuvo abierta.
Saryle
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