martes, 19 de junio de 2012

La siesta

La hormiga zigzagueba, se detenía una fracción de segundo, parecía virar decidida hacia la esquina y al fin volvía a flotar en la pared encalada.
Sin poder alejarse de la línea longitudinal de la ventana, de ese intenso e incuestionable azul.
La sombra del alero parecía inmóvil y oscura dibujando una enorme ceja sobre la persiana de esparto del balcón.
Al despertar de la siesta, la hormiga no estaba y gruesas gotas de lluvia habían devorado la sombra.

Albada

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