Se quedaron mirándose el uno al otro fijamente. Cuando uno sonreía, el otro repetía en el acto el mismo gesto, cuando movía una mano, cuando guiñaba un ojo. No podía soportar la idea de que hubiera alguien tan exactamente parecido a él. Cogió el bate y destrozó su rostro en el espejo.
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Carlos Castillo
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