Su consciencia estaba presa de un cuerpo inerte. Sólo podía escuchar, imaginar y atormentarse. La temida catalepsia terminó por vencerle. Oía sollozar a su mujer, blasfemar al hijo y rezar al sacerdote. Un golpe sordo le advirtió de la oscuridad y de repente, se hizo el silencio.
Vicente Puchol
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