viernes, 18 de enero de 2013

El deshollinador

Guardó con gesto elegante su pañuelo en el bolsillo de la chaqueta. En su paso por grandes mansiones decoradas con obras de arte a las que protegía del acoso del tizne volador, el deshollinador había ido adquiriendo las maneras de sus dueños, atento a cada gesto y movimiento. Su recurso primordial no era el cepillo sino el paño que le permitía clarear los ojos y presenciar, en una suerte de pase privado, la obra que las finas rendijas entreabiertas del tiro proyectaban en la pared de la chimenea. Los escondites favoritos de los niños, el consumo de destilados del aristócrata y su sorda guerra con la señora acerca de la ubicación del reloj de bronce del abuelo no eran sino escenas clásicas salpicadas de nuevos capítulos de una historia con la que el deshollinador ilustraba a sus hijos. En su visita en primavera recogía el aprecio del gordinflón Viejito Pascuero, quien a su paso navideño por el fogón familiar recompensaba su impecable trabajo llenando de presentes un calcetín feo y oscuro que el deshollinador, ilusionado, clavaba oculto a tres varas del descenso y del que, año tras año, asomaba un nuevo pañuelo.

Alsquare

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