jueves, 21 de marzo de 2013

42 colinas

Cementerio número 1, en la cima del Cerro Panteón, sitiado por la miseria. Desde sus tumbas y panteones, con la muda compañía de vírgenes, ángeles alados y cruces de piedra arenisca, centenares de emigrantes valencianos, catalanes, asturianos, alemanes, ingleses, italianos, contemplan eternamente la bahía de Valparaíso y, más allá, la inmensidad del océano Pacífico. Muertos y enterrados tan lejos de sus lugares de origen. ¿Quién les visitará? ¿Quién limpiará sus losas y las adornará con flores frescas? Dejo de pensar en ellos, en mí, en nosotros, emigrantes desterrados en tierras lejanas. Valparaíso me provoca una extraña tristeza. Regreso rápidamente a Santiago, antes de que caiga el sol y la menguante y pérfida luz crepuscular inicie una metamorfosis de la realidad que acabe por engañar a mis sentidos.



2 comentarios:

  1. Sugerente, sentido, bien escrito. ¿Y por qué anónimo? Otra curiosidad: ¿desde dónde nos llega?

    El Manco.

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  2. Muchas gracias por tu comentario, anónimo "El Manco", a este texto escrito en su momento allá, pero colocado aquí desde acá.

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