jueves, 28 de marzo de 2013

Dos azucarillos, por favor

Los sobres de azúcar con frases de Confucio le resultaban vulgares, de ahí que siempre tomara el café en casa, en su juego de porcelana inglesa dispuesto sobre un mantel bordado y con un pequeño cuenco con terrones, que cogía con unas bonitas pinzas de plata. Tenía moldes para los cubitos de hielo con formas de flores y corazones, y también un picahielos con motivos labrados en el mango, pequeñas bolsitas de lavanda anudadas con lazos de colores y un abrecartas de cristal de murano, una colcha de patchwork y cojines a juego. Cuando acomodada en su sillón orejero, con una cálida manta de tonos pasteles sobre las rodillas, oyó un ruido extraño mientras degustaba unos pastelillos embebida en una tierna novela romántica, dudó por un instante si asir el picahielos o el abrecartas a la amenaza de “¿Quién anda ahí? La policía está de camino”. Ni se le pasó por la cabeza lanzar a destajo el cuchillo de trinchar al presunto intruso. Aunque acertar con tan fina punta en esa zona tan vulnerable de la nuca y no dejar mácula alguna en sus cortinas nuevas con alegres escenas bucólicas fue tan preciso como alcanzar el tiempo de cocción exacto de su compota. ¡Cuánto mal gusto!



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