domingo, 24 de marzo de 2013

EN LA SOLEDAD DE LA CELDA

La tarde caía sobre la ciudad. No era una tarde cualquiera. Podía escuchar el ajetreo exterior desde la soledad de su celda. Gritos silenciosos llegaban desde las afueras de la prisión; voces de familiares y amigos del preso clamando eterna clemencia. Cogió un viejo rosario, herencia de su abuela paterna, que guardaba en el fondo de su cajón y fue dejando pasar las cuentas entre sus dedos, sintiendo que se filtraban como el agua que busca escaparse para llegar al mar. A las seis menos cinco, la puerta de su celda se abrió con un ruido sordo. El condenado de esa tarde era él.

mariano

2 comentarios:

  1. Qué escena tan angustiosa. ¿Qué habrá hecho ese pobre condenado?

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  2. No me lo esperaba en la galería de la muerte, sino pasando las cuentas como quien trata de medir el tiempo con un reloj trascendente.

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