jueves, 23 de mayo de 2013

Cuento de amor botánico

Te amaré toda tu vida, es más, te amaré toda mi vida Princesa, me gusta llamarte así. Recuerdo la primera vez que te vi con la altivez soberana que concede saberse descendiente de imperiales dinastías. Tu piel, sobre la que ahora corren las últimas gotas del rocío amanecido, aún mantiene la tersura carnosa de entonces. Princesa, me gusta llamarte así. He creado un vergel elíseo a tu alrededor, te retiro de la umbría, podo tus marchitos defectos y te alejo de las semillas rebeldes. Princesa, llevas en tus raíces la sabía de reinos antiguos, de Irán o Turquía. ¡Qué más da! Has sido educada en las más sofisticadas cortes palaciegas, diríase que posees grandes poderes: sabes medir la cantidad de luz que puede filtrarse en las habitaciones, detectas la mínima variación de temperatura, el grado perfecto de humedad y el rumbo de las corrientes de aire. En tu vida latente, hoy has vuelto a germinar y, sin que sea primavera, me regalas estambres voladores con perfume oriental. Ahora he de irme de viaje, pero no temas, el vecino te regará dos veces por semana y te contará historias de amor botánico para que sigas creciendo en mi ausencia.

Montesinadas

2 comentarios:

  1. !!!Caramba!!!! yo que me quejaba del culto al perro y veo que ahora también se da el culto a geranio.
    Un saludo.

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  2. Jajajajaja, en cuestión de Fé no hay nada escrito querida Marga, jajaja.
    Saludos

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